Estamos en un proceso de cambio «brutal». Y lo haremos brutal si dejan hacerlo, ya que hay muchas estructuras y agentes/actores que perderán poder y deberán tener otros roles, o incluso desaparecerán, tal como entendemos su función hasta ahora. La educación es un hecho en el que entran en juego muchos actores, lo que hace casi imposible que se pongan de acuerdo determinados sectores sociales. Creo que cada vez serán más difíciles que triunfen las reformas, por que cada sector mira para un lado sin tener en cuenta un consenso. Por otro lado, la educación no debería, el tiempo lo dirá, estar suscrita a un espacio o centro escolar. Se deben empezar a impulsar nuevas formas de aprendizaje «sin escuela» y, por ende, de formación, pudiendo ser que las instituciones externas y no contaminadas políticamente certifiquen las competencias que requiere una persona para desempeñar un puesto. Algo inviable desde el control estatal, pero ya factible desde estructuras sociales y tecnológicas.
Jaume Carbonell, en el libro «Una educación para mañana» nos habla del derecho a la educación e igualdad de oportunidades, de ¿qué enseñar y aprender en el mundo que vivimos?, también de lo que significa la innovación educativa, de los entornos educativos en una ciudad, de la calidad educativa, del profesor del siglo XXI, etc. Pero hay un tema que se plantea y que también nos preguntamos ¿Por qué fracasan las reformas educativas, en mundo cambiante y en el que lo que vale hoy quizá mañana no nos sirva? Las reformas son un termómetro para ver la implicación y progreso de un país.
En la contraportada del libro nos ponen en situación:
Hay tres cuestiones que están presentes en toda la obra: la importancia de la relación educativa entre los distintos actores para forjar una ciudadanía libre y democrática: capaz de ejercer responsablemente sus derechos y obligaciones, individuales y colectivas; el tipo de conocimiento que hay que enseñar al alumnado para que el aprendizaje sea más sólido y permita desarrollar sus múltiples capacidades, atendiendo particularidades y diversidades; y la concepción de la escuela, entendida como un proyecto que se construye en comunidad y para la comunidad. Un desafío que apela a la corresponsabilidad de todos los agentes sociales.
«Entre las intenciones iniciales de toda reforma y su aplicación en la práctica, existe un recorrido de larga distancia trufados de obstáculos y contradicciones; de previsiones e improvisaciones; de aciertos y pasos en falso; de complicidades y resistencias. Nada más lejos de la metáfora de la autopista que garantiza una conducción uniforme a gran velocidad.» dice el director de la revista Cuadernos de Pedagogía. Debemos reconocer que se puede aplicar la sentencia de Lampedusa: «Es necesario que todo cambie para que todo siga igual».
Yo creo, que también hay elementos que hacen posible «la domesticación» de las reformas.
El autor cree que hay cuatro elementos en juego: el modelo social, el modelo escolar, el modelo pedagógico (suelen ser los pedagogos estos los que empiezan a diseñar las reformas) y el modelo de gestión y participación.
Llegados al punto de la pregunta fatídica Jaume nombre los siete pecados capitales de las reformas (como dice, ya que veniales hay muchos más).
- Ausencia de un diagnóstico real y profundo de la realidad educativa. Estamos de acuerdo que se deben hacer estudios sobre cómo aprenden las nuevas generaciones, cómo se comportan, qué hábitos tienen, etc. para poder sistematizar y traducirlo en métodos y formas educativas. Por supuesto que tampoco se aprecia la cultura de los centros y del profesorado. Ni las causas de éxito ni fracaso escolar en un mundo complejo. Claro, requiere un esfuerzo de inicio del que no se parte.
- La financiación, esa desconocida. Las reformas no suelen venir acompañadas a corto plazo de una ley de financiación. Por lo cual, en ocasiones los recursos son insuficientes. Políticas como la diversidad del alumnado y de inclusión escolar suelen ser costosas.
- La falta de consenso, político, social y educativo. No se puede marear y hacer reforma tras reforma porque se cambia de partido político gobernante. Algo que suele generar desconcierto, burocracia y malestar en los centros.
- La formación y compromiso del profesorado. Y no sólo en tecnologías, sino en formación psicopedagógica y didáctica.
- Los problemas de su aplicación. Éstas no prevén su implementación y consolidación. Lo que llamamos un estudio de sostenibilidad. A los impulsos iniciales de las reformas con declaraciones de principio ante la ley, muy comprometidas y activas, le suceden órdenes y decretos que, con frecuencia, las van diluyendo y desnaturalizando.
- Diseños uniformes para realidades diversas. Algo que no se contempla en los tiempos que vivimos, la modularidad (ya la arquitectura es modular en los rascacielos que se van hacer) y personalización. Se prescinde del contexto en el que se implantará. Comenta con atino Jaume que «conviene recordar que la autonomía es un arma de doble filo que, con demasiada frecuencia, el Estado utiliza para declinar sus responsabilidades, y para abrir el grifo de desrregulación educativa y la apertura al mercado, donde los derechos se convierten en mercancías y los ciudadanos en clientes»
- La soledad de las reformas educativas. Con esto Jaume nos dice que las reformas se quedan a medio gas, ya que una reforma es mucho más que una Ley Orgánica y que afecta a muchos ámbitos de socialización como es la familia, relaciones grupales, tiempo libre, medios de comunicación, tecnologías implicadas, actividades extraescolares, salud, mercado laboral, conductas de riesgo,…
Bueno pues después de estos siete «pecados» seguro que queda algún otro. Por ejemplo, ¿acaso se estimula la investigación en/para el aula?, ¿los agentes participan verdaderamente en la reforma? Seguro que hay más puntos a tratar. Dejo en vuestras manos más razones de ¿por qué fracasan las reformas educativas?
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